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14Jul

Los deberes del niño filipino en la acera

deberes
Daniel Cabrera – Foto de Joyce Gilos Torrefranca

Hay pocas imágenes que conmuevan más que la del esfuerzo de los niños por labrarse un futuro mejor en condiciones adversas. Lo triste es que sólo nos demos cuenta de cómo lo hacen cuando hay alguien detrás de una cámara para grabar esas caminatas, por ejemplo, de los niños de Camino a la Escuela. O ese niño filipino que ha dado la vuelta al mundo haciendo sus deberes en una mesita en la acera, a la luz tenue de un letrero de McDonalds, un flexo peculiar para poder hacer sus tareas que emocionó a un joven estudiante de Medicina que pasaba por allí. Cuando ves semejante estampa, gracias a la cual a la familia le han llegado muchas donaciones de todo el mundo, son muchas las dudas y reflexiones.

La primera es que, como dice Gregorio Luri –cuyo libro Mejor Educados se merecerá un post aparte—muchos de los consejos pedagógicos que leemos y escuchamos a diario en Occidente dejan de lado a esos niños pobres. Del mundo o de España. Toda esa jerga sobre la innovación educativa, la flipped classroom, esos colegios con amplias zonas que parecen lounges de empresas de Silicon Valley. Nos olvidamos de que hay miles de niños, millones, que ya quisieran una clase decente, con una pizarra y un maestro. Y poder esforzarse, como Daniel Cabrera, el protagonista de la foto. Ese niño se esfuerza, además, porque alguien ha conseguido hacerle ver que es la única manera de salir de la calle, alguien le ha inoculado el virus de querer saber.

Le pasó también a Justus Uwayusu, el joven que está hoy en Harvard, al que ayudaron a salir de un vertedero en Ruanda porque dijo que su aspiración era ir al colegio. Le daba envidia ver a otros niños de uniforme, con mochilas, camino de clase.

¿Cuántos niños hay en situaciones similares a los que no vemos en fotos? Haber salido en esa le ha arreglado bastantes problemas a Christina Espinosa, madre del Daniel. Ha recibido material escolar, una beca, y dinero para vivir bajo un techo.

Sé que es un topicazo como hablar del calor en verano, pero otra reflexión es la de niños pobres y pobres niños. Es una ocasión para evaluar lo que hemos consentido a los nuestros cuando ven como un drama que se le diga que apaguen el ordenador, que recojan la mesa, que se hagan la cama.

Los niños pobres, para conseguir mejorar, se tienen que esforzar el doble. La vida es así de injusta. No tienen en casa a padres abnegados dispuestos a sacarles de dudas en sus deberes. No disfrutan de desayunos pausados donde los padres comentan las noticias del mundo. No les cuentan cuentos antes de llevarles a la cama ni les preguntan para ver si los han entendido. Se acaba el cole y empieza su vida normal y privada. Por eso, en los colegios, se merecen que les traten como si tuvieran el mismo potencial que todos. Porque lo tienen. No necesitan pena y que den por hecho que ellos no van a poder estar al nivel. No.

En Smartick, cuando un niño se pone delante del ordenador, sabemos que puede mejorar y lo va a hacer. Con esfuerzo diario y deberes de 15 minutos de matemáticas al día. Tenemos un amplio equipo detrás, un potente desarrollo que ha costado inversiones, y cobramos por el servicio. Queremos niños que se esfuercen y, a la vez, mantenerles motivados. Porque mejoran. Porque les vamos a contar lo importante que son las matemáticas. Porque queremos que sepan apreciar el valor que tiene poder contar con un ordenador, con un programa que se adapta a ellos, y que les va a ayudar a adquirir disciplina y buenos hábitos de rutina.

Algo como Smartick no cabe en los sueños de un niño que hace los deberes en una acera, a la luz de un McDonalds. Nosotros, por nuestra parte, seguiremos trabajando para que las matemáticas de Smartick se extiendan por el mundo y, en la medida de nuestras posibilidades, llegar a esos niños con sueños y sin medios, con ganas de esforzarse. Porque, repito, nada hay más conmovedor que el esfuerzo de los que quieren mejorar. Su situación y la del mundo. Y, para eso, conviene empezar por asumir que el mundo no es justo y que, además de la determinación por ser feliz, conviene tener las ganas de que la felicidad llegue por los logros conseguidos. A nosotros, en la oficina, nos hacen felices los mensajes de los niños que, en el curso que acaba, han mejorado. Son muchos los que se han esforzado.

Para seguir aprendiendo:

La diversión es la forma favorita de aprender de nuestro cerebro
Diane Ackerman
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Berta González de Vega

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