La educación emocional para niños es fundamental desde las primeras etapas, ya que les ayuda a reconocer lo que sienten y a desarrollar estrategias de control emocional adecuadas a su edad.
Cuando los niños aprenden a gestionar sus emociones desde pequeños, mejora la convivencia tanto en casa como en el aula, se facilita el aprendizaje y se fortalece su bienestar. Por eso es importante acompañarlos con actividades y recursos que les enseñen a comprender, expresar y regular sus emociones de manera positiva. ✨
Índice
Control emocional
En un programa de aprendizaje basado en el pensamiento crítico, las emociones ocupan un lugar determinante. Por un lado, porque la educación y el control emocional de los niños es un elemento central de su bienestar, y sabemos que el bienestar es una de las piezas fundamentales del andamiaje que favorece su aprendizaje.
Pero, por otro lado, y esta es una razón más específicamente orientada a un proyecto educativo, sabemos que las emociones funcionan como una especie de “suelo” sobre el que crecen tanto los hábitos epistémicos -por ejemplo, la perseverancia- como las habilidades críticas -por ejemplo, la interpretación-. El control emocional es, así, un trabajo de base.
Pongamos dos ejemplos para ilustrar esto:
👉 Imaginemos a una persona adulta que escucha unas declaraciones sobre política en la radio. Esa persona siente un profundo rechazo por la persona que está escuchando, lo cual provoca que, en un momento, su ira aumente. Pues bien, es bastante probable que no sea capaz de sopesar las declaraciones de manera adecuada y, en consecuencia, haga una interpretación desajustada de las mismas (pero coherente con sus propios sentimientos).
👉 Imaginemos ahora a una persona que no es capaz de manejar su miedo al fallar o equivocarse. ¿Qué es más probable que le ocurra momentos antes de una prueba importante? Por ejemplo, ¿de un examen? Quizá, no saber gestionar ese miedo induzca en ella pensamientos negativos, bloqueos conductuales (quedarse con la “mente en blanco”) y, en el extremo, comportamientos como, por ejemplo, no presentarse a la prueba (cuando, en realidad, este es un fallo aún mayor que no aprobar).
En el ámbito educativo, ejemplos como estos se encuentran a diario, siendo manifiesto que, si una persona posee un control emocional adecuado, es muy probable que se enfrente a sus pruebas con la suficiente solvencia.
De acuerdo con esto, parece razonable decir que fomentar en los niños comportamientos y actitudes que les permitan a comprender lo que sienten, ponerles nombre a sus emociones y aprender a dirigirse con ellas desde edades tempranas -desarrollar su control emocional, en suma-, fortalecerá su desarrollo personal con herramientas que le servirán durante toda su vida.
La escalera metaemocional
Si tuviéramos que definir el control emocional, diríamos que es una habilidad orientada al reconocimiento de los sentimientos, la comprensión de su origen o causas, y la toma de decisiones, según la analizamos aquí mismo al ocuparnos de la importancia de pensar antes de actuar. No debemos confundir el control con la represión; se trata de escucharse, interpretarse con honestidad y autorregularse.
Del mismo modo que se habla de metacognición, cabe hablar de meta-emocionalidad, siendo esta justamente el conjunto de estrategias y habilidades que precisamos para vivir bien con nuestras emociones y sacarles el máximo partido.
En ciertas ocasiones, se ha planteado esta cuestión utilizando la imagen de una escalera 🪜:
- En el primer escalón encontraríamos la identificación de la emoción o de las emociones.
- En el segundo escalón, la descripción de su génesis, las causas y todo aquello que se manifiesta en relación a su aparición. Con estos dos escalones obtenemos un mapa de la situación, y como todos los mapas, este nos indica cómo actuar.
- Ya estamos en el tercer escalón, pero aquí no se trata de seguir las indicaciones del mapa, sino de evaluarlas.
Esa es la clave de este momento: evaluar nuestros sentimientos y darnos razones a favor o en contra (de nosotros mismos), para determinar si tales sentimientos están justificados y, además, si lo que nos conducen a hacer es correcto o lo mejor. El último peldaño es el más difícil: tomar una decisión guiada no ya por las primeras emociones, sino por la reflexión que se ha llevado después.
En la infancia, parte de este trabajo se traduce en enseñarles a reconocer las señales internas de sus emociones: tensión, ganas de llorar, enfado, y asociarlas a palabras, preguntas y comportamientos que bloqueen posibles expresiones de impulsividad. No se trata solamente de disponer un repertorio de acciones concretas para manejar lo que sentimos, como respirar, pedir ayuda, calmarse, expresar. El control emocional implica, también, procesos reflexivos, de autoconocimiento y regulación consciente.
Esto es difícil, de ello no hay duda. Pero, siguiendo a los antiguos filósofos como Aristóteles, debemos percatarnos de que la clave del control de nuestras acciones, y de las emociones que las sostienen, no es otra cosa más que la práctica. La práctica continuada. Y ejemplos, ejemplos de nuestros propios aciertos.
Esos casos que pasan, para nosotros, de anécdota a modelo, se convierten en garantías de una personalidad robusta que hace bien las cosas. Como recuerda Morgado, “para que la educación emocional genere también bienestar debe orientarse en el sentido de conseguir equilibrios basados en sentimientos positivos”.
Así definimos, de hecho, la virtud: como una inclinación estabilizada, por medio de la práctica, a actuar de un modo u otro, pero siempre conforme a razón, en aquellas circunstancias en las que nos ha tocado vivir. Por eso necesitamos entrenamiento. No son inclinaciones pasivas o naturales; del mismo modo que necesitamos practicar la curiosidad para disfrutar de ella, necesitamos practicar las habilidades emocionales para que las emociones no nos dominen.
La escalera, en realidad, es un simple truco para guiar esta reflexión de manera más completa y dirigir con destreza el control de las emociones. Si bien es cierto que, en el caso de los más pequeños, no solo necesitamos práctica y ejemplos. Es más importante aún el acompañamiento.
Emociones y razón práctica
Aunque en la actualidad la misma noción de inteligencia está sujeta a debate (necesitamos una definición que permita dar cuenta tanto de la inteligencia humana -o lo que se supone que es- como de otros tipos de inteligencias no mediadas, por ejemplo, por el lenguaje, como la inteligencia vegetal), hace unos años se puso de moda la idea de la “inteligencia emocional”, especialmente a partir de la obra de Goleman, si bien es cierto que el término ya se había utilizado anteriormente en un artículo de Mayer y Salovey de 1990.
Básicamente, la inteligencia emocional dependía de un control emocional de calidad, pues lo que se entendía por tal inteligencia era la “capacidad para reconocer, expresar, regular, controlar y utilizar las emociones propias y ajenas para adaptarse a las situaciones, conseguir propósitos, tener éxito y/o encontrarse bien” (Morgado: 2010); una preocupación, por lo demás, que encontramos en la tradición filosófica desde Platón.

De hecho, ya Aristóteles hizo ver que la inteligencia o “razón práctica” -y el control emocional es una forma de inteligencia práctica- es distinta a la inteligencia o “razón teórica”: de ahí la distinción entre virtudes -la prudencia, por ejemplo, es una virtud práctica, no teórica- y disciplinas: las matemáticas son teóricas; la ética, en cambio, es una disciplina propia de la razón práctica. Es cierto que ambos tipos de virtudes necesitan de la intervención de la razón, pero la razón práctica, a diferencia de la razón teórica, debe “navegar” las circunstancias vitales.
Aristóteles recuerda que las circunstancias son variables, y esta variabilidad exige modular nuestras decisiones, es decir, saber que cada momento requiere una decisión específica. La decisión humana está regida por la contingencia: puede ser de un modo o de otro, lo cual significa que no hay recetas que permitan estandarizar la toma de decisiones y, por tanto, suponer que la misma decisión sirve igual para cualquier circunstancia.
Por eso, necesitamos la razón: para analizar las circunstancias externas y, por supuesto, las circunstancias internas o emocionales. De acuerdo con Aristóteles, podríamos decir que el ser humano -si no tiene una tendencia natural a la generosidad- puede sentir envidia o deseos de comportarse egoístamente, pero ese no es el problema: somos humanos y no podemos evitarlo. Sin embargo, la forma en que reacciones frente a nuestros sentimientos (negativos, en este caso), sí es modulable. Eso es lo que la ética, según Aristóteles, debe enseñarnos: el control emocional orientado a la toma de decisiones.
Educación emocional y autoconomiento
Todo lo expuesto hasta ahora apoya la idea de comenzar la educación emocional desde la infancia. Este proceso, además, se impulsa en todos los espacios de habitabilidad de los niños: la casa, la escuela, el parque -en todas sus interacciones diarias-.
💡Como padres, sabemos que no son pocas las ocasiones en las que nuestros hijos pueden sentirse molestos, ofendidos, o agraviados, sin tener razones en realidad de peso para ello. Cada ocasión así es una oportunidad de aprendizaje, si bien es cierto que nuestra labor no podrá ejecutarse adecuadamente si no somos los primeros en suspender el juicio sobre lo ocurrido y no legitimar irreflexivamente las emociones de nuestros hijos. Este tipo de actitudes solo pueden potenciar su inmadurez emocional.
Replegarse sobre el propio enfado, sobredimensionar las propias heridas sentimentales, ver los desencuentros como ataques personales, así como las reacciones impulsivas, la imposibilidad de ser pacientes, la frustración inmanejable ante pequeños contratiempos: nada de esto debe ser presentado como un fallo, sino como expresiones de una fase del desarrollo en la que aún están aprendiendo a comprender y regular lo que sienten. Pero es responsabilidad de su entorno redirigir esas expresiones y encuadrarlas de la manera más instructiva.
Como recuerda Morgado, la educación emocional “puede afectar a la incidencia, la intensidad, la forma y el contenido de las emociones. Puede reformar, modificar y recalibrar las respuestas emocionales preexistentes, innatas o adquiridas. Si los sentimientos son percepciones de los cambios corporales, la educación puede afectar a los sentimientos cambiando esas percepciones”. La madurez emocional no llega con la edad, aunque necesita tiempo, tiempo para el autoconocimiento.
Homeostasis emocional
Quizá podríamos utilizar en este contexto la palabra homeostasis para identificar lo que podría ser el control de las emociones y la finalidad de la educación a la que nos referíamos antes: la homeostasis emocional.
💡“Homeostasis” es una palabra griega que utilizamos para conceptualizar la tendencia natural de un organismo para mantener un estado de equilibrio interno continuado en el tiempo y, por tanto, dinámico, puesto que ese equilibrio se consigue compensando los cambios que alteran su entorno.
En este sentido, la homeostasis emocional vendría a ser un estado regido por esa sensación que es la antítesis del estrés y, al mismo tiempo, un indicador bastante fiable del bienestar personal. La homeostasis emocional no es ausencia de problemas o estresores, sino un diálogo personal que debe servir para reducir la ansiedad y el malestar, preparando a nuestros hijos para tomar decisiones con la “mente despejada”, si se permite la expresión. Es la clave de bóveda del control emocional.
Si estamos en lo cierto, entonces deberíamos también identificar los mecanismos de racionalidad que intervienen en esa homeostasis, induciendo formas de control emocional saludables. Pues bien, como en todos organismos homeostáticos, podríamos decir que la homeostasis emocional se consigue mediante la combinación de tres componentes: la percepción, que actúa como receptor de información, la razón, como centro de control, y la acción, que es la expresión ejecutiva (y coherente) del diálogo entre percepción y razón.
De ahí la importancia de aprender a usar la razón conforme a un programa de aprendizaje basado en el desarrollo de habilidades como el análisis, la interpretación o la evaluación de razones o motivos, como el que presenta Smartick | Thinking 🧩. No es posible la homeostasis emocional sin recursos reflexivos de calidad, esto es, sin la capacidad para pensar con destreza sobre lo que ocurre fuera (nuestras circunstancias) y dentro (nuestras emociones).

Como señalábamos antes, la filosofía ha construido un reservorio de ideas sobre la gestión emocional que aún hoy resultan de utilidad (no es casualidad, por ejemplo, que hoy estén tan de moda los estoicos, por ejemplo). Desde la imagen platónica de la auriga (como la razón que debe conducir el carro tirado por dos caballos -el furor y los apetitos-) hasta la reflexión de Spinoza sobre los afectos o el problema aristotélico de la elección racional del “justo medio”, pasando por nociones tan importantes para el tema que nos ocupa como la ataraxía o la apátheia, ambas estrechamente relacionadas con nuestra idea de la homeostasis emocional.
Para los filósofos clásicos, el control emocional no era sino una forma de libertad. Desde esta perspectiva, enseñar a los niños rutinas apropiadas (pausas, respiraciones…), modelos (adultos que actúan con calma o demuestran coherencia entre lo que dicen y lo que hacen) y estrategias de reflexión para trabajar en ese intermedio que va desde los impulsos a la acción, es darles herramientas para conocerse a sí mismos y tomar decisiones con la máxima autonomía y libertad.
👉 Hay muchas actividades que se pueden realizar para lograr este objetivo. En Smartick | Thinking 🧩 contamos con espacios de diálogo dirigidos por nuestro particular Sócrates del futuro: el robot Sócratick, que ya presentamos y hablamos sobre el diálogo socrático.
Secuencias de aprendizaje orientadas al conocimiento de lo que es una buena razón -aquella que apoya justificadamente una afirmación o una acción-, así como, por citar otro ejemplo, actividades sobre formulación de alternativas relevantes (¿qué puedo hacer cuando…?), la evaluación de pros y contras y el pensamiento lateral.

Conclusión
El control emocional -o autocontrol, para ser más exactos- es una habilidad que se entrena. Identificar, comprender, regular y expresar emociones de manera adecuada, es el resultado del proceso que evoluciona con el tiempo.
Acompañar a los niños en ese aprendizaje es colocar los cimientos de su bienestar presente y futuro, pero también, de su fortaleza para gestionar las dificultades, convivir con los demás de manera saludable y plena, y construir un carácter equilibrado y seguro de sí. Todo ello comienza con el reconocimiento del papel de la razón y, por tanto, el valor de la reflexión como guía.
En Smartick Thinking se trabaja con los más pequeños desde el compromiso con el ejercicio de su autonomía desde el pensar riguroso. Como decía Kant: Sapere aude! Atrévete a pensar. En eso consistía la mayoría de edad del ser humano.
Si deseas saber cómo se lleva esto a la práctica, regístrate en Smartick | Thinking 🧩 y pruébalo gratis.
Para seguir aprendiendo:
- La atención y la autorregulación
- ¿Qué es la inteligencia natural?
- El desarrollo de la atención y su relación con la regulación emocional
- Inteligencia y Atención
- Competir para crecer. Aprendizajes de la competición




