¿Cuántas decisiones importantes hemos tenido que tomar en nuestra vida? ¿Y cuántas decisiones aparentemente irrelevantes tomamos al cabo del día? ¿Cuántas de las decisiones que tomamos son manifiestamente malas y, a pesar de todo, las repetimos una y otra vez? ¿Y cuántas veces analizamos correctamente la situación antes de tomar una decisión?
Tomar decisiones es una constante en nuestras vidas, y de cómo lo hacemos depende la calidad de nuestro presente y de nuestro futuro. ¿Por qué no enseñar entonces a nuestros hijos a tomar buenas decisiones? ¿Y cómo hacerlo? Sigue leyendo, Smartick Thinking te lo cuenta.
Índice
Atajos, martillos y esponjas
¿Por qué enseñar técnicas orientadas a la toma de decisiones? Hace años, los economistas Kahneman y Tversky quisieron demostrar que las personas realizamos predicciones siguiendo lo que denominaron “atajo de representatividad”; es decir: tomamos el camino más corto, pero no el que más garantías nos ofrece si lo que deseamos es acertar. El atajo de representatividad es una forma de referirnos a lo que sucede si cedemos a la intuición, pues esta opera por semejanza y abusando de los estereotipos.
Si tenemos que fregar una copa de cristal, puede que esto nos sirva, pero si nos enfrentamos a situaciones más complejas, lo más probable es que acabemos errando. Sabemos que estas decisiones son un efecto de la evolución, dado que nuestro cerebro tuvo que ejercitarse en circunstancias de falta de información e incertidumbre, como ya explicamos al hablar de los sesgos cognitivos.
Tomar decisiones tomando atajos es una forma de precipitación; y es muy probable que, como padre o madre, no quieras que tus pequeños se habitúen a tomar decisiones precipitadas. Más bien enseñamos a nuestros hijos la importancia de pensar antes de actuar, aunque eso implique invertir algo de tiempo y, mientras tanto, mantenerse en la indecisión y la ambivalencia, independientemente de que no sea eso lo que pida nuestro cerebro.
De los zorros y erizos de Philip Tetlock a los martillos y esponjas de Kiko Llaneras, una de las claves fundamentales de la elaboración de juicios y la toma de decisiones ha sido evitar ser ese tipo de persona que “tiene una idea y la aplica a cualquier cosa”; es preferible, por tanto, “tener la mente abierta a distintos puntos de vista” y adaptarse “para incorporar información nueva”.
Las esponjas, observa Llaneras, “son más flexibles, más curiosas, más reactivas. Si descubren algo nuevo, actualizan sus ideas para reflejar eso que han aprendido”, lo cual sugiere que, para cada decisión, son capaces de identificar posibles razones en contra que vale la pena valorar antes de decidirse por una opción u otra.
La clave es el método
Ahora bien, no parece que sea suficiente, y menos aún efectivo, repetirle a nuestros más pequeños ideas como estas, por muy adaptadas que se las presentemos. Por eso, hay que saber pasar de la teoría a la práctica. ¿Cómo lo hacemos? Ya nos ocupamos en otra ocasión de lo que denominamos “factores de irracionalidad en nuestras decisiones”. Recordemos brevemente de qué se trataba: por tales factores entendíamos todos aquellos condicionantes que nos desvían de la mejor decisión. Hablábamos entonces, por ejemplo, de “orientación equivocada” y de “desorientación”, a las cuales asociamos la precipitación y la estrechez, por un lado, y por otro, la confusión y la dispersión.
Suele ser habitual identificar comportamientos que encajan bien en esta clasificación. Cuando nuestros hijos actúan de manera impulsiva, haciendo o diciendo lo primero que se les pasa por la cabeza, o cuando solo tienen en cuenta la mitad del problema al que se enfrentan. Ante esto, como recuerda Swartz, que podemos ver en el siguiente vídeo, lo más importante es “enseñarles un método sencillo, compuesto de pasos sucesivos, para que aprendan cómo se toma una decisión con destreza. Así se les forma para pensar de forma compleja e inteligente” (2018).
Como sucede con cualquier método, cada paso viene a ser la expresión de una pregunta. Y cuando lo que tenemos entre manos es tomar decisiones, estas son variadas: ¿Cuál es el problema para el que necesito una decisión?, ¿cuáles son mis opciones?, de estas opciones, ¿cuáles son las mejores?, ¿por qué son estas las mejores y no otras?, ¿qué consecuencias se extraen?, etc.
En síntesis, parece razonable decir que una persona con las destrezas adecuadas para tomar decisiones debe controlar bien distintas claves:
- Razones: las razones son como los ingredientes que necesitamos para materializar una receta de cocina; son la respuesta a cada una de las preguntas que nos hacemos al tomar decisiones, y como tales, nos servirán para determinar por qué decidir una cosa u otra;
- Alternativas: ser capaz de imaginar alternativas es fundamental, especialmente cuando la situación no puede ser resuelta tirando de automatismos y tomar decisiones requiere innovar;
- Consecuencias: extraer consecuencias es una habilidad clave en nuestra vida cotidiana, así que no puede faltar si se pretende construir un método orientado a enseñar a tomar decisiones; habrá consecuencias correctas o incorrectas (que se extraen o no de los hechos que se contemplan);
- Probabilidades: cuando se trabaja con consecuencias, habrá que ser capaz, además, de pensar en términos de probabilidades, por qué unas son más probables que otras, así como las evidencias de que se disponen para afirmarlo;
- Pros y contras: profundizando en esta cuestión, habrá que dividir las consecuencias en, al menos, dos bloques: los pros o consecuencias positivas y los contras o consecuencias negativas;
- Valor: valorar las consecuencias, no ya si son correctas o incorrectas o más o menos probables, sino si son más o menos valiosas, de mayor o menor relevancia según en quién pensemos (para quien decide, para personas desconocidas que pueden verse afectadas, etc.). o dependiendo de cómo acotemos el asunto (a corto, a medio o a largo plazo);
- Aplicación: y por supuesto, una vez que se ha seleccionado la mejor opción, hay que ver con claridad -y esto no siempre es fácil- cómo se aplica, cómo se lleva a la práctica.
Aprender a tomar decisiones en Smartick Thinking
Esto es lo que se pretende con métodos sencillos, como los que se recogen en estos gráficos. Como se observa, el primero es más sencillo que el segundo; está enfocado a niños de primero y segundo de primaria.
En Smartick Thinking, el objetivo es trasladar estos juegos de aprendizaje, pensados en origen para las aulas escolares, al ámbito virtual. Así es como han nacido ejercicios como los que presentamos a continuación, en los que ponemos el foco en partes concretas de las operaciones descritas para darle una mayor intensidad o presencia en el proceso de aprendizaje de los niños.
En el siguiente caso, por ejemplo, nos centramos en la distinción entre pros y contras. Además, se puede practicar con nuestros hijos a formular alternativas, así como a relacionar alternativas y propósitos, como en los dos ejercicios que se presentan más abajo.
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Y si te animas, puedes enfrentarte a un reto de detección de falacias, otro ámbito de trabajo en el que está comprometido el equipo de Smartick Thinking para evitar que los niños sean engañados o manipulados mediante falsos razonamientos.
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Muy instructivo y edificante.