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03Feb

¿Es bueno contarle a tus hijos cuánto ganas?

Puede haber incluso una pregunta más espinosa en la educación de un niño que esa de cuando preguntan que de dónde vienen ellos. Por cierto, ignoro la razón, pero a mí no me la han hecho. Sin embargo, varias veces he tenido que regatear con fineza esta otra: “Mamá, ¿tú cuánto ganas?”. “A ti eso no te importa nada”, suele ser el inicio del regateo. Pero insisten. Y yo que si eso son cosas de mayores. Y cuánto nos cuesta la casa. “Eso tampoco te importa”. Todo en ese plan. Pero, a la vez, también queremos que se enteren de que las cosas cuestan dinero. Entonces, recurrimos a las frases de nuestros padres: “Pero, a ver, niño, ¿tú es que te has creído que el dinero llueve del cielo? ¿O para qué te crees que trabajamos tu padre y yo?”. “Pues dime cuánto ganas”, puede insistir el más cabezota de la familia.

¿Por qué somos tan reacios a darles esos datos? Creo que se juntan dos cosas. El pensar que la infancia va a ser la única etapa de la vida libre de preocupaciones sobre el dinero. Y, además, el haber crecido en una cultura donde hablar de dinero no está bien visto. Todavía hoy, con un mundo más globalizado, a los latinos nos cuesta preguntar esas cosas incluso a nuestros amigos.

Sin embargo, hace unos días, en el New York Times publicaban este reportaje en el que aconsejaban lo contrario. Empieza con un señor que un día sacó su sueldo del banco, en billetes de dólares, o sea, como si lo sacamos aquí en monedas de euro, y empezó a separar partidas delante de sus hijos. Esto para los impuestos, esto para vuestros deportes, vuestra ropa, los teléfonos, la hipoteca, la luz, el agua, los seguros, la gasolina, la compra, alguna salida a comer una hamburguesa….Al final, no quedaba mucho.

Según el autor del artículo, como no se lo digamos, para ellos el dinero es misterioso. Es verdad que a cada uno de mis tres hijos les he tenido que decir que el cajero automático no es una caja mágica que te da el dinero que quieres cuando quieres. De hecho, no me ha venido mal alguna vez que he ido y no me ha dejado sacar por saldo insuficiente. Todos, alguna vez, cuando he dicho eso de que no tengo dinero para comprar lo que fuera, me han contestado que por qué no pago con tarjeta. Entonces ha venido la explicación, complementaria a la del cajero, sobre cómo funcionan las tarjetas de crédito.

En el artículo aconseja que se puede empezar a debatir sobre la factura del supermercado. Nosotros hacemos apuestas en la caja del Mercadona sobre cuánto será, a ver quién se acerca más. Luego, en el coche, les gusta ver lo más caro y lo más barato.

En el reportaje, aparece una familia que los domingos se pone con los niños a ver el presupuesto de mes. Personalmente, no me parece un plan muy apetecible. “Si dejamos de ir a cenar fuera, eso significa más dinero para el fondo para ir a Disneylandia”, explica el padre. Entre ponerse los domingos a cuadrar presupuesto y a que, efectivamente, muchos niños se crean que sus diversiones o viajes no suponen sacrificios, habrá un término medio, ¿no?

¿Qué pasa cuando se está atravesando una mala racha? El autor mantiene que, por lo general, los niños suelen entender bien que hay menos dinero. Tengo cerca muchos casos, como ha sido normal en estos años que nos han tocado. Me da la sensación de que los niños de la crisis están creciendo valorando más las cosas. El otro día, el hijo de una amiga le dijo a su madre que ya había ahorrado para ir a un curso de robótica. “Les dije que la decisión adecuada no siempre es la más fácil”, cuenta una madre que les explicó a sus hijos cuando se mudaron a una casa más pequeña.

El autor ha escrito un libro que se llama “Lo contrario a mimado” en el que aboga por hacer a los niños conscientes de lo que cuesta mantener una familia, por ejemplo.

No sé si me convence la idea. Al menos, con Smartick les damos herramientas para que sepan las matemáticas necesarias para, cuando tengan que hacerlo, aprender a gestionar bien sus números.

¿Qué opinan los padres Smartick sobre este asunto del dinero? ¿Quieres que sepan cuánto ganas?

Para seguir aprendiendo:

La diversión es la forma favorita de aprender de nuestro cerebro
Diane Ackerman
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Berta González de Vega

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