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09May

Pensar antes de actuar

Pensar antes de actuar es motivo de una preocupación constante en lo que tiene que ver con la educación de nuestros hijos. Además de conocimientos específicos de matemáticas, historia o biología, queremos se comporten racionalmente, que aborden asuntos de manera reflexiva, que piensen antes de hacer las cosas. ¡Nada menos! A continuación, intentamos aproximarnos a esta cuestión, apuntando cómo se puede enseñar en un entorno virtual orientado al pensamiento crítico como Smartick.

Introducción

Autores como Robert Swartz o Barry Beyer, entre otros muchos, han defendido firmemente la necesidad de que los colegios enseñen cómo pensar antes de actuar. Conforme se hacen mayores, los niños deben tomar decisiones cada vez más importantes, en multitud de circunstancias diferentes. Que acierten, y que estén seguros y confíen en sí mismos, depende de que estén adecuadamente preparados para ello.

Lamentablemente, observan estos autores, “abundan los ejemplos de actos de pensamiento poco eficientes, como sacar conclusiones precipitadas, no explorar todas las alternativas posibles, ver en los síntomas de un problema el problema en sí mismo, ignorar que es necesario aplicar una destreza determinada, no comprobar el trabajo hecho, saltarse pasos en una rutina o dejar que los sentimientos nos influyan en el momento de sacar conclusiones” (2014).

Nos guste o no, nuestras vidas están repletas de conflictos. Queremos muchas cosas, pero no todas son compatibles; a veces unas son más importantes que otras; y en ocasiones el conflicto depende del marco temporal. Es conocido el experimento en el que se ofrece a niños de cuatro años la posibilidad de comerse una golosina inmediatamente o dos si son capaces de esperar quince minutos (Wischel: 1972).

 

“La vida es un desafío interminable de test de golosinas, dilemas que nos obligan a escoger entre una pequeña recompensa más temprana y una gran recompensa más adelante”, nos dice Pinker (2021). Por suerte, añade él mismo, “pertenece a la naturaleza misma de la razón el poder siempre dar un paso atrás, observar cómo está siendo aplicada o si está siendo incorrectamente utilizada, y razonar acerca de ese éxito o fracaso. Y ese es el poder de la razón: esta puede razonar acerca de sí misma” (id.).

Del Sistema 2 a la inteligencia ejecutiva

Hace unos años, Daniel Kahneman publicó un exitoso libro titulado Pensar rápido, pensar despacio (2012). Su tesis venía a decir que los seres humanos disponen de dos tipos de inteligencias operatorias, “Sistema 1” y “Sistema 2”, a partir de las cuales, si Kahneman tiene razón, se podría comprender y clasificar cada una de las acciones que llevamos a cabo.

Ambos sistemas están conectados y pueden repartirse las tareas. Cuando a un niño se le pide que ordene su habitación, y se enfada, entra en juego el Sistema 1. Si ese niño logra controlar su enfado, tal vez porque entiende que su reacción es inadecuada, y acepta ordenarla en lugar de expresarse mediante gritos u otro tipo de comportamientos similares, entonces es que ha activado su Sistema 2. Este segundo caso recoge nuestras intuiciones sobre lo que implica pensar antes de actuar.

Así, dependemos del Sistema 2 no solo para realizar cálculos complejos, sino también para controlar y corregir reflexivamente una asociación rápida («las matemáticas son difíciles»), un impulso irresponsable (consultar el móvil mientras se conduce), así como para evaluar si un determinado plan puede ser exitoso o no. O sea, que pensar antes de actuar requiere la intervención del Sistema 2. El problema es que las intervenciones del Sistema 2 requieren un alto nivel de atención y mucho esfuerzo. El autocontrol agota.

Según Kahneman, “muchas personas son demasiado confiadas, prontas a fiarse en exceso de sus intuiciones. Aparentemente encuentran el esfuerzo cognoscitivo cuanto menos ligeramente enojoso, y lo evitan todo lo que pueden”. Conseguir que los niños no se desmotiven ante tal esfuerzo y lo apliquen deliberadamente es conseguir que sean más “diligentes”. Las personas diligentes “están más alerta, son intelectualmente más activos, están menos dispuestos a quedarse satisfechos con respuestas superficialmente sugerentes, y son más escépticos con sus intuiciones”.

Rueda dentada. Inteligencia ejecutiva
Imagen de pexels

 

Recientemente, José Antonio Marina ha reformulado esta distinción para aplicarla a la educación de los niños: “Creo -afirma- que hay que admitir un modelo de inteligencia estructurado en dos niveles. Hay un nivel generador de ideas, sentimientos, deseos, imaginaciones, impulsos, y un nivel ejecutivo que intenta controlar, dirigir, corregir, iniciar, apagar, todas esas operaciones mentales, con mayor o menor éxito” (2022).

Nos interesa recordar a Marina porque su objetivo principal es precisamente responder al problema de pensar antes de actuar. Enseñarles a tomar buenas decisiones y lograr que los niños aprendan a dirigir sus vidas con atención, autocontrol, perseverancia y reflexión. Ahora bien, para conseguir este objetivo debemos satisfacer, al menos, dos condiciones. La primera tiene que ver con la capacidad de construir buenas razones -y no razones cualquiera.

La razón, a la que Marina llama “asesora de decisiones”, nos ayuda a evaluar y seleccionar los objetivos que guían nuestras acciones, a extraer y sospesar las consecuencias según el caso, a concebir el proyecto personal en el que se enmarcan, y a componer las razones que las justifican. Esto es, las razones que nos damos a nosotros mismos para actuar en un sentido determinado, o que expondríamos en caso de que alguien nos preguntase por qué actuamos como actuamos.

De ahí la importancia de que la razón sea un recurso fiable, que cumpla bien su función. Esto nos sitúa frente a la tarea de formar a los más pequeños en las habilidades propias del pensamiento crítico, recogidas en la siguiente imagen. De ese aprendizaje depende que manejen adecuadamente lo que Pinker denomina “herramientas normativas de la razón”, es decir, ese conjunto de criterios, métodos o protocolos, en virtud de los cuales logramos resolver los conflictos, alcanzar objetivos particulares y evaluar hasta qué punto una decisión está o no bien fundada.

Habilidades del pensamiento crítico -como analizar, inferir o evaluar- que sirven como base del pensar antes de actuar.
Destrezas del pensamiento crítico según B. K. Beyer (1988, 2008).

 

Sin embargo, la inteligencia ejecutiva necesita un complemento, y este complemento son las virtudes. También las podemos llamar “funciones ejecutivas”. Algunos autores hablan de “hábitos de la mente”; en Smartick las llamamos “disposiciones” (Costa; Kallick: 2014). La clave de la virtud, según Marina, es que proporciona fertilidad y resistencia a nuestro carácter, y además “conecta la inteligencia ejecutiva con la inteligencia computacional”.

Las virtudes o disposiciones son inclinaciones o tendencias que propician o contribuyen a que, según las circunstancias, nos comportemos de un modo u otro. Estas disposiciones se adquieren. Necesitan entrenamiento y continuidad. No son placeres pasivos: necesitamos practicar la curiosidad, por ejemplo, para disfrutar de ella. Y no son automatismos, sino algo así como el «andamiaje» que necesitan los niños para orientarse y trazar su propio mapa de actuación de acuerdo con las circunstancias dadas. Así, las virtudes o disposiciones son el andamiaje del pensar antes de actuar.

Por poner algunos ejemplos. Son virtudes la claridad a la hora de pensar o expresarse, la tenacidad en la realización de tareas, tener una mente abierta y flexible, o el gusto por no aceptar opiniones o ideas de manera acrítica. Del mismo modo, tener la costumbre de analizar hasta qué punto la fuente es fiable cuando reciben una determinada información; o si cometen un error, tener la disposición a escuchar atentamente una recomendación. Incluso tener un buen sentido del humor. Todo ello contribuye positivamente a pensar antes de actuar.

De Aristóteles a la estructura ADA de la decisión

En el ámbito de la filosofía, esta preocupación por dirigir la propia vida conforme a la razón se encuentra ya en la ética de Aristóteles. Sus reflexiones destacan precisamente por la importancia que otorga a la deliberación como guía de nuestras acciones, hasta el punto de que su ideal de persona (phronismós) a este respecto es aquella que delibera correctamente -con buenos criterios- sobre lo que hacer en un momento dado.

No se trataba, para Aristóteles, de establecer reglas idénticas para todos, sino de proponer claves de orientación para resolver lo que -a priori- es siempre una incógnita: la mejor decisión. Deliberar correctamente consistiría, por tanto, en saber evitar los extremos que, ya sea por exceso o por defecto, arruinan la posibilidad de una acción inteligente. Un ejemplo sencillo: si tu hijo ha hecho algo mal, diría Aristóteles, la buena decisión sería aquella que se aleja tanto de ser excesivo en el castigo como de ser demasiado blando.

Para Aristóteles era evidente que la razón es el mejor instrumento del que disponemos para arbitrar qué hacer cuando nos encontramos en un conflicto de objetivos, ante varias alternativas o incluso para comprender las ventajas de adoptar, en la vida, buenos hábitos o inclinaciones como las citadas anteriormente. Cuando leemos a Matthew Lipman, un autor célebre por sus trabajos en el ámbito de la filosofía para niños, el marco apenas varía. “Argumentaremos que el pensamiento crítico es hábil y es un pensamiento responsable que hace posible el buen juicio porque: primero, se basa en criterios; segundo, es autocorrectivo; y, tercero, es sensible al contexto” (Lipman: 2016).

Estructura ADA del pensar antes de actuar.
Fuente: Smartick

 

Todo esto nos invita a pensar que la acción que surge de una reflexión correcta y bien dirigida posee una estructura ADA, que llamaremos así apoyándonos en Ernest Sosa. ADA es el acrónimo de acierto, destreza y aptitud. Diremos que pensar antes de actuar es un ejercicio cuya decisión final debe ser un acierto o lo más próximo a un acierto (de lo contrario, poca importancia tendría pensar previamente), este acierto debe depender de haber movilizado las destrezas propias del pensamiento crítico, y estas destrezas haber sido usadas en virtud de las aptitudes que se poseen.

Dicho de otro modo: para pensar antes de actuar debemos formar en disposiciones, destrezas, y todo ello debe contribuir a que los niños sepan cómo evitar los factores que amenazan la decisión óptima.

  • Acierto: Pensar antes de actuar debe servir para acertar con nuestra actuación o decisión. Es obvio, pero es la recompensa que obtenemos y lo que hace que, pensar antes de actuar, sea un estilo de vida valioso e importante para la educación de nuestros hijos.
  • Destrezas: Pensar antes de actuar requiere unas determinadas habilidades o destrezas sin las cuales es imposible desplegar una reflexión ordenada, coherente y estructurada. Existe un cierto consenso en torno a cuáles son las destrezas básicas que deben poseer los niños: interpretar, analizar, evaluar, inferir y explicar. Para que un niño resuelva bien un problema, debe ser capaz de analizar bien la situación, inferir correctamente las posibles consecuencias, y evaluarlas.
  • Aptitud: Por aptitud entenderemos el conjunto de disposiciones que preparan a una persona para que, llegado el caso, esté en buenas condiciones de hacer un uso adecuado de sus destrezas y acertar en su tarea, sea adoptar una creencia o resolver una cuestión práctica. Aunque puede haber debate al respecto, tal vez podamos incluir aquí la capacidad de autoexaminarse y autocorregirse, lo que habitualmente clasificamos como tareas metacognitivas, que, conforme a lo expuesto, ocupan un lugar fundamental en esta cuestión de pensar antes de actuar.

Factores de irracionalidad en nuestras decisiones

Por factores de irracionalidad en nuestras decisiones entendemos todos aquellos factores que pueden desviar a nuestros hijos en el ejercicio de pensar antes de actuar. Se trata de factores cuya presencia hace peligrar que se piense bien y, por tanto, que la decisión sea un acierto. La parte positiva es que entre las disposiciones o aptitudes que debemos fomentar en los niños, la de autocorregirse juega un papel fundamental. De hecho, la experiencia de errores pasados es clave para pensar antes de actuar. “La forma de sacar provecho de los fracasos es aprender de ellos. Ésta es una de las funciones ejecutivas más importantes”, recuerda Marina.

No obstante, de los cuatro factores que proponemos -ruido, sesgos cognitivos, desorientación y orientación equivocada-, solo nos ocuparemos de estos dos últimos (para el primero, véase Ruido (2021)). En realidad, se trata de factores que acechan a lo largo de toda la vida, pero será más difícil caer en ellos si uno posee las habilidades y disposiciones adecuadas. Como se puede observar en la imagen, en cada uno de esos dos factores encontramos dos claves: precipitación y estrechez, por un lado; y dispersión y confusión, por otro.

  • Precipitación: Con frecuencia, observamos a los niños decir lo primero que se les pasa por la cabeza. Razona de manera impulsiva y, por tanto, saca conclusiones precipitadas. Puede que le oigamos decir que las matemáticas no se le dan bien porque no ha obtenido una buena nota en el último examen o que alguien es importante porque aparece hablando en una plataforma de vídeos. Esta forma de pensar determina orientaciones erróneas. Pensar antes de actuar debe servir para evitar esto.
  • Estrechez: Tal vez hemos tenido que explicarle alguna vez a nuestros hijos que las cosas no son o blancas o negras. Que tal persona no es buena o mala o que no todo es verdadero o falso. Igual sucede con las consecuencias de una acción. Pensar bajo estas dicotomías o no ser capaz de identificar las diferentes consecuencias de una acción es pensar de manera estrecha. El problema aquí no es la velocidad de nuestras decisiones, sino la amplitud. En este caso, la escasa amplitud a la hora de contemplar las alternativas o consecuencias que se abren ante nosotros.
  • Dispersión: La dispersión del pensamiento es otro factor de irracionalidad a la hora de hacernos un mapa de la situación en la que nos encontramos. El pensamiento disperso sería aquel que pasa de una cosa a otra sin percibir, por ejemplo, lo que es relevante. Imaginemos un niño que llega al domingo nervioso porque el lunes tiene un examen y no ha estudiado. El viernes por la tarde en lugar de estudiar se puso a jugar. Su razonamiento pasó del viernes a la imagen del fin de semana, dos días libres, descanso, diversión… sin analizar en profundidad el tiempo que tenía antes del examen y cuál era, en esas circunstancias, la mejor opción.
  • Confusión: Si el pensamiento disperso no es capaz de hacerse cargo de los factores sobre los que hay que pensar antes de actuar, la confusión tiene que ver más bien con la dificultad para introducir distinciones entre las opciones que se manejan. Puede ocurrir que nos veamos en la urgencia de explicarles a nuestros hijos que no todas las consecuencias de sus acciones son aceptables o incluso irrelevantes; que cuando se trata de consecuencias, algunas pueden ser graves e incluso peligrosas. Aprender a evaluar las consecuencias de una acción y darles, por tanto, un peso, es un paso determinante del pensar antes de actuar.
Imagen de Smartick sobre los factores de irracionalidad en nuestras decisiones. Amenazas del pensar antes de actuar.
Fuente: Smartick.

 

Lo que viene a decir esto es que la precipitación y la estrechez inducen orientaciones equivocadas, mientras que la confusión y la dispersión incrementan la desorientación. Por tanto, el objetivo debe ser enseñar a los niños a que no se precipiten a la hora de analizar la situación que les exige decidir o hacer algo, superar la posible estrechez de los materiales que utilicen, poner claridad donde todo parece confuso y pensar sin dispersarse, es decir, de manera estructurada y coherente.

Según Swartz, existen numerosas preguntas que nos ayudan en esta tarea de pensar antes de actuar. Preguntas que los niños deben aprender a plantearse. No se trata de ponerlos “frente a una situación y preguntarles qué decisión tomarían, sino enseñarles un método sencillo, compuesto de pasos sucesivos, para que aprendan cómo se toma una decisión con destreza. Así se les forma para pensar de forma compleja e inteligente” (2018). A continuación exponemos solo algunas. El gráfico siguiente, sin embargo, está pensado de manera tal que recoge todas las preguntas, sea explícita o implícitamente. Se observa en él cómo se estructura el pensamiento orientado a la acción en un proceso de toma de decisiones.

  • “¿Cuáles son mis opciones? ¿Habrá alguna inusual que debería considerar en estas circunstancias?”
  • “¿Cuáles serían las consecuencias de llevar a cabo estas opciones? ¿Existen consecuencias a largo plazo para otros o para mí que, normalmente, no consideraría?”
  • “¿Qué importancia tienen estas consecuencias, no solo para mí, sino también para todos los afectados?”

En relación a la cuestión de pensar antes de actuar, en este gráfico se expone paso a paso cómo se toma una decisión con destreza, es decir, cómo se piensa antes de tomar una decisión.

Metacognición

En Smartick compartimos plenamente el interés por enseñar a los niños a pensar antes de actuar. Y con el objeto de traducir ese interés en ejercicios para nuestro entorno virtual, además del diálogo socrático con nuestro robot SocraTick, nos hemos propuesto fomentar en los más pequeños disposiciones de orden metacognitivo. No cabe duda de que la metacognición, de acuerdo con lo expuesto aquí, es una función clave del pensar antes de actuar. Metacognitivas son, por ejemplo, operaciones como la planificación, la monitorización o el control de nuestras acciones, y la evaluación de las mismas. Lo que Marina adscribía a la inteligencia ejecutiva o Kahneman al Sistema 2.

Estos son algunos ejemplos de nuestros ejercicios de metacognición. Con ellos pretendemos que los niños sean capaces de identificar las operaciones que han llevado a cabo durante su sesión de trabajo, describir los procedimientos que han seguido, evaluar si han sido eficaces o no, y reflexionar sobre cómo planificar en el futuro la resolución de ese u otros problemas similares.

 

Actividad de metacognición de pensamiento crítico en Smartick.

 

Actividad de metacognición de pensamiento crítico en Smartick.

Si pensar antes de actuar es algo que también te interesa, y buscas un espacio donde tus hijos adquieran las habilidades y disposiciones necesarias para ello… ¡entra en Smartick!

Bibliografía

  • Aristóteles (2010). Ética a Nicómaco. Madrid: Alianza.
  • Costa, Arthur L.; Kallick, Bena (2014). Dispositions. California: Corwin.
  • Kahneman, Daniel (2012). Pensar rápido, pensar despacio. Barcelona: Penguin Random House.
  • Lipman, Matthew (2016). El lugar del pensamiento en la educación. Barcelona: Octaedro.
  • Marina, José Antonio (2022). La inteligencia ejecutiva. Madrid: Ariel.
  • Perkins, David (2017). Pensar en un mundo cambiante. Madrid: SM.
  • Pinker, S. (2021). Racionalidad. Qué es, por qué escasea y cómo promoverla. Barcelona: Paidós.
  • Sosa, Ernest (2018). Una epistemología de las virtudes. Zaragoza: Prensas de la Universidad de Zaragoza.
  • Swartz, Robert (2018). Pensar para aprender: Cómo transformar el aprendizaje en el aula con el TBL. Madrid: SM.
  • Swartz, Robert J.; Reagan, Rebecca; Costa, Arthur L.; Beyer, Barry K.; Kallick, Bena (2014). El aprendizaje basado en el pensamiento: Cómo desarrollar en los alumnos las competencias del siglo XXI. Madrid: SM.

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